Las Primeras Ramas, Buenos Aires 1956-1959

Los recuerdos suelen desgranarse con cierta indulgencia cuando se refieren a un mismo, a los sentimientos más íntimos, a las creencias y sensaciones de una época donde tenía todo por aprender. Donde nací exactamente como tantas otras exactitudes queda en la nebulosa de los trascendidos, mi versión personal es que nací en un sitio y fui inscrito en otro años más tarde, de ahí el confuso retazo de las primeras hojas de este árbol. Muchas veces tuve ciertas fantasías sobre la fecha de mi nacimiento, luego empecé a entender que no tenia importancia más allá de que me retrasaran la obtención de algún documento oficial. Los recuerdos infantiles, incluso aquellos que se presentan como un sueño de calles empedradas de barrios con sus casas bajas sueño, se confunden con los impactantes transportes que para mi eran verdaderas naves proyectadas al futuro, como el troley, el tranvía o el subte en los que mi madre solía llevarme bastante a menudo con sabores a sugus, pizza de la recova y bidú cola. Un San Francisco Solano, barrio del sur del Gran Buenos Aires en una noche tormentosa y de colores confusos. Y la claridad de la calle Gallo al 800, donde pude explorar el génesis de mi experiencia infantil. Allí solía haber una feria los jueves arropada por la profusa arboleda a ambos lados de la calle. Enfrente vivía su amiga Maruja, su casa lindaba con el convento de monjas que aun hoy ocupa la esquina de la avenida Córdoba; las monjas me tiraban caramelos a la terraza desde el patio, las visitas eran una delicia de techos con tesoros que incluían los manjares de los panes que perdían los pájaros.